AYUNTAMIENTO DE AZUQUECA DE HENARES

APICULTURA EN LOS ANDES:

PROBLEMÁTICA Y POSIBILIDADES ENTRE PERÚ, ECUADOR Y BOLIVIA.

Marzo, 2006 

Por: Andrés Llaxacondor G.

  

 

 Área de Extensión y Proyección Social

CP: Jr. Cuzco 321, Magdalena del Mar, Lima 17 – Perú, Sudamérica / Email: consultas@abejasdelperu.com  www.abejasdelperu.com

Introducción: 

A lo largo de la cordillera de Los Andes, por encima de los 3200 m.s.n.m., entre Perú, Ecuador y Bolivia ha terminando la temporada de lluvias y los campos se muestran floridos. El poblador andino busca ser parte de estos días recogiendo flores, que equivale a “recoger fortuna” para así adornar su entusiasmo al participar en la peregrinación a los Apus (cerros sagrados), dioses tutelares de herencia ancestral, que aseguran el porvenir.

 Es el comienzo de la campaña apícola, el movimiento en las piqueras es intenso. El ingreso de polen indica la expansión de la cría y la salida de los enjambres son indicadores de que ha terminado la sequía.

En las partes altoandinas, las plantas nativas sustentan, en su mayoría, la producción de miel. Adaptadas al clima (por las mañanas con temperaturas promedio de 6º a 8º C., al medio día 25º- 27º C., por la tarde 11º a 12º C.), son asiduamente visitadas por las abejas, juntamente a ellas se han adaptado plantas exóticas como algunos tipos de  eucalipto (Eucaliptos globulus) , cuya abundancia se traduce en poblaciones vigorosas en las colmenas rústicas o no, con excedentes de miel que es aprovechada para efectos medicinales y en una tendencia cada vez más acentuada en el comercio local.

Por su parte, en las zonas tropicales, la naturaleza aporta plantas diversas benéficas a las abejas tanto en miel, como en propóleos (incluso propóleos verde, famoso por las cualidades que  Brasil ha sabido explotar tan bien).

 En la costa norte del Perú, así como en las zonas tropicales, las especies de abejas silvestres sin aguijón, acompañan la producción de Apis mellifera y nos recuerdan la existencia de flora melífera y polinífera naciente en  épocas ancestrales.  No es para menos cuando reparamos, por ejemplo,  en el extenso bosque seco de la costa norte peruana, que se extiende hasta el Ecuador, cuyos árboles de algarrobo (Prosopis pallida), sapote (Capparis scabrida), huarango (Acacia macracantha) entre otros, abastecen la mayor parte de lo que constituye el producción peruana de la miel.

Pero también se han adaptado a la par acompañantes no deseados de la colonia que causan daño, entre los más perniciosos está Varroa destructor (Anderson & Trueman, 2000),  creando desequilibrios, bajando las defensas y trayendo consigo problemas adicionales: loque europea (Melissococcus pluton), cría yesificada (Ascosphaera Apis), virosis, etc.

 Pero a todo ello, ¿qué puede diferenciar la apicultura en esta región de los Andes de la apicultura en el resto del mundo? La respuesta es compleja pero no por ello eludible. La apicultura entre Perú, Ecuador y Bolivia se presenta como una alternativa sustentable desarrollada instintivamente por los pobladores como complemento a su economía rural, en donde la mayor parte del trabajo está aun por realizarse. Pues se produce miel que se vende cuando escasean los ingresos económicos habituales, los hijos pequeños tienen miel y polen sobre la mesa para “golosinear” (entiéndase la acción de consumir una golosina con cierta connotación de lujo –no habitual en la dieta-) el néctar es abundante y los enjambres aparecen por sí solos. El poblador andino ha sabido incorporar las abejas a su vida familiar por su profundo amor por la naturaleza y por el respeto que estos insectos despiertan en él, por cualidades “humanizadas” que en su idiosincrasia les atribuye: orden, eficiencia y laboriosidad.

El lazo histórico que se extiende entre  Perú, Ecuador y Bolivia es parte de la historia de lo que hemos sido, pero sobretodo de lo que no hemos sido: que la región Andina es un problema, pero también una posibilidad.

 Plantear la actividad apícola para sustentar el desarrollo de los pueblos cumple con gran parte de los requisitos  que a nuestro parecer son necesarios para tal fin. Pues las abejas son un beneficio económico porque los productos de la colmena se venden y dejan una utilidad; social,  pues eleva el autoestima de los pobladores al hacerse acreedores de una capacidad (la de ser apicultor) olvidando, en buena parte,  la tentativa migratoria; eleva la nutrición local por los valores alimenticios de sus productos y, fundamentalmente, es una actividad que tiene un impacto eminentemente benéfico al medio ambiente por su acción polinizadora.

 Finalmente, lo que se pretende plantear es  un trabajo descriptivo de la apicultura en la región Andina sudamericana de Perú, Ecuador y Bolivia para buscar incluirla en la cultura apícola mundial, como una actividad humana, inmersa dentro del desarrollo sostenible con una oferta comercial exportable válida y de valores agregados esenciales en el marco de la producción convencional,  orgánica y de comercio justo.

 Sobre Perú

Perú representa una amalgama de culturas casi tan grande como su diversidad de situaciones económicas, geográficas, climáticas, genéticas, ecológicas, de flora y de fauna. La diversidad biológica del Perú es sorprendente: de los 103 ecosistemas de vida del mundo, el Perú tiene 84, posee el 18.5% de las especies de aves, el 9% de las especies animales, el 7.8% de plantas cultivables, entre otros, según el Consejo Nacional del Medio Ambiente. Posee diversos nichos ecológicos (Pulgar Vidal) que guardan su origen en la chala o costa (0 m.s.n.m.) hasta la Janca en las partes más elevadas de cordillera de los Andes  (de 4800 a 6768 m.s.n.m) (Espinoza, 1990).

 Un reordenamiento más reciente estudiado por el Dr. Brack Egg, determinó que contamos con 11 ecorregiones que juntas constituyen una riqueza biológica innegable.

Perú representa una consecuencia histórica ancestral, pues sobrellevó un proceso de estado independiente y autónomo por cerca de 10 mil años, comparable solo con otras sociedades desarrolladas y complejas en la historia del mundo como la egipcia, la iraní, hindú y china en el viejo mundo; México y Guatemala, por su lado,  en el área más próxima (Matos Mar ,1989). Nos referimos al Imperio de los Incas en el Tahuantinsuyo que abarcó lo que hoy son los territorios de Ecuador, Bolivia, y parte de Colombia, Chile y Argentina.

No es extraño, por tanto, que si uno recorre las zonas rurales de esos países, la mayoría de veces encuentre el legado de los Incas, expresado en su lengua: el  quechua. En Ecuador, donde es llamada lengua quichua, podemos situarla desde Cañar hasta Ibarra al norte, al este entre Napo-Pastaza. En Colombia, oficialmente el gobierno considera a los hablantes quechuas solo en las orillas del río Putumayo, pero es sabido, por los pobladores aledaños que se habla el ingano o quichua[1] , entre los departamentos de Nariño, el Cauca y Caquetá.  Al sur, en Bolivia, las zonas de habla quechua se encuentran entre Cochabamba y Potosí, y parte de La Paz; empero, existe en el país una gran difusión de legua aymara. Argentina, por su parte, cuenta con un quichua muy difícil de clasificar por su complejidad[2], en las zonas aledañas a Santiago del Estero y Tucumán. Finalmente, en Chile, no tenemos informaciones certeras respecto a la presencia del quechua en la actualidad, es probable que aun pueda hallarse rasgos de él en algunas localidades al norte del país. En Chile, la legua mapuche fue la predominante.

 A partir de 1532, con la llegada de los españoles se termina la primera etapa del proceso histórico de Los Andes de cerca de 10 mil años de autonomía y comienza otra nueva, en la que llevamos 474 años en nuestro haber histórico.

Este proceso histórico da lugar a un país de todas las sangres (J.M. Arguedas) que lleva un sello singular de dinámicas sociales en las que, veremos más adelante, las grandes organizaciones (grupos de apicultores inclusive) adolecen de  esencia propia y fines confesamente comunes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Departamentos productores de miel del Perú (Fuente: Ministerio de Agricultura del Perú 1998)

 Sobre Ecuador y Bolivia

 Los desarrollos históricos y sociales en ambos países son temas de los que no nos ocuparemos, pues no son la finalidad de este trabajo. Sin embargo, debemos decir, que a este respecto ambos países son parte de la misma región andina unida estrechamente por lazos culturales, geográficos e históricos coincidentes, y por supuesto,  con singularidades étnicas indudables. Basta mencionar, por ejemplo, la presencia entre Bolivia y Perú de los grupos aymaras, que son más bien una etnia culturalmente independiente y paradójicamente  distribuida en dos naciones distintas, ambas más recientes en su creación que la etnia Aymara en sí.

  Desarrollo de la apicultura en los Andes.

 Sobre una base histórica

                                                     ManusImage 

La ejecución de Atagualpa Ynga en Cajamarca: Umanta kuchun, le cortan la cabeza.

(Fuente: Nueva crónica y buen gobierno. Autor, Huamán Poma de Ayala) Departamento de Manuscritos

© Det Kongelige Bibliotek 

No es sencillo establecer periodos históricos de la apicultura en Perú, Ecuador o Bolivia, pues ello implicaría tener una información indubitable y coordinada de todos los hechos que de una u otra manera han dado lugar a la apicultura actual.

Si bien existe un gran limitante de orden documental, quedan otras fuentes históricas vivas que contribuyen a establecer esta primera reseña que deberá irse ampliando y mejorando con el aporte de más personas en la región mencionada.

 Cuando España toma contacto con la región Andina referida, en 1532, las sociedades autóctonas encontraron el primer vínculo con el resto del mundo. Si bien algunos investigadores señalan que tuvieron contacto con culturas de Oceanía y Mesoamérica es indudable que no los consideraron como parte fundamental de sus sistemas organizativos y sociales. En el descubrimiento intercontinental, pasaron de ser una sociedad dominante a dominada.

El desarrollo evolutivo de la sociedad andina iniciada hace 10 mil años, primero, bajo la forma de hordas recolectoras y cazadoras, más tarde, como  culturas primarias con un conocimiento del mundo que dio lugar, a su vez,  a grandes señoríos cuyos sistemas de desarrollo fueron altamente complejos. Finalmente, todas ellas se consolidaron en el Imperio del Tahuantinsuyo, vale decir, el Estado Inca. De esta manera, los llamados Hijos del Sol organizaron, dominaron y consolidaron su poder a base de sistemas de reciprocidad, colaboración voluntaria o forzada y una muy marcada estructura religiosa vinculada a la actividad principal del Imperio: la agricultura.  A pesar de  todas las diferencias adversas en cuestión de climas, geografía, y hasta culturales (recordemos que antes de Los Incas existían señoríos tan grandes como complejos). El Incanato  se convirtió, por consiguiente, en un estado unificador agrícola y experto en el manejo ecológico de su tierra, donde la “naturaleza viva” se compenetró grandemente con el amor por los animales y el respeto a la pachamama (madre tierra en lengua quechua). 

 Las abejas silvestres sin aguijón, propias del continente americano forman también parte de la historia del “Antiguo Perú”, pues los meliponidos , bombus y demás especies de abejas nativas  tuvieron un espacio sagrado y ceremonial en algunas de las culturas precolombinas, donde la miel recolectada era usada en ceremonias con una valor religioso y medicinal. Este patrón de valor sacro-curativo de la miel precolombina no es una novedad para Latinoamérica, si recordamos la crianza de abejas silvestres en jobones (troncos recortados usados como colmenas) que tan diestramente propagaron los Mayas.

 Es común hasta hoy encontrar en la mayoría de lugares tropicales de Los Andes, el legado de estas prácticas pues hay una clara diferenciación de los pobladores entre la miel de monte y/o  chicha de abeja, (miel de abejas meliponas)  y la miel de abeja asesina como llaman a aquella producida por  Apis mellifera scutellata en honor a una mal intencionada campaña publicitaria a partir de la aparición de las abejas africanizadas (W. Kerr 1957), y su capacidad defensiva acentuada. Sin embargo, esta misma connotación negativa no es compartida por la mayoría de personas vinculadas al campo y, obviamente, por apicultores, que aunque las llaman así –“asesinas”- saben que en sus medios de vida existen otros “asesinos” no menos amenazantes y que en efecto tienen una connotación de mucho más peligro en sus idiosincrasias y acaso en la realidad (serpientes venenosas, avispas, arañas, etc.).[3] No es de extrañar que se apliquen valores y símbolos humanos a los insectos que sorprenden al ser humano, debemos recordar que la herencia histórica de los Andes de la “naturaleza viva” así lo sugiere y si, por otro lado,  a las abejas “se les atribuyen valores de trabajo, tareas y deberes […] es atribuirles una inteligencia y conciencia que en realidad no poseen” (E. Crane 1985), no es difícil de entender, por tanto, términos peyorativos para con nuestras amigas.

 Durante el virreinato de España en el Perú y en la historia Republicana se sabe muy poco o casi nada de la  actividad apícola, excepto de  la instalación de colonias en conventos, monasterios y demás instancias donde se congregaban sacerdotes europeos que traían junto al cristianismo, costumbres y rasgos culturales que se  sincretizaron a la par de las evangelizaciones.

 La apicultura en el siglo XX

 Pero la trascendencia de la apicultura y la representatividad local de los apicultores aparecerían mucho después en el siglo XX, cuando alrededor de los años cincuentas, apicultores de origen extranjero instalaron colmenas en zonas vírgenes para la apicultura comercial, por lo que la oferta de néctar fue abundante y se aseguró su próspero crecimiento.

Sin embargo, el poblador mestizo  no incluyó prontamente dentro de sus actividades económicas la crianza de abejas. Pues estas “moscas del hombre blanco” eran de un interés alto por lo “novedoso”,  pero también de algunos prejuicios fundados en las forma de defensa de estos insectos y en que se requería conocer los secretos de la crianza para poder tener éxito en la empresa.

 Cuando el interés por el valor medicinal de la miel y demás derivados de la colmena empezó a tener cabida en los mercados locales y las demandas no eran satisfechas los primeros pequeños apicultores comenzaron con la actividad, a saber entre 1950 y 1960.

 Como vemos hasta ahora, existe en primer lugar un desarrollo de apicultores extranjeros o descendientes de extranjeros (llamados también “colonos”) cuya actividad apícola tenía una visión empresarial bien definida (contaban con colmenares que estaban por encima de 500 colmenas e importaban sus equipos de extracción de miel, estampado de cera, etc.). Y, en segundo lugar, tenemos al nuevo apicultor, campesino la más de veces, dedicado a la agricultura, ganadería o trabajo en las haciendas y que incluye la crianza de abejas dentro de su sistema económico de subsistencia.  

 Primeros colonos a principios del siglo XX. Pozuzo, Perú.

(Foto: Estudio fotográfico Arteaga, Oxapampa) 

Este último, al  que denominaremos micro-apicultor, establece una medida menos ambiciosa de colmenas, buscando que no le ocasionen muchos problemas con el manejo y que le sirvan de “caja chica” para usar un término comercial.

 Así, podemos hablar de promedios de 15-20 colmenas [4] por persona, rasgo que se mantiene en la actualidad en los tres  países con más o menos concentración de zonas de producción dependiendo del soporte de flora, difusión local de la actividad apícola y conocimiento técnico.  A pesar de ello, el apicultor más grande siempre está presente y muchas veces sirve de apoyo a los más pequeños cuyos puntos críticos siempre suelen comenzar por el conocimiento técnico. Consideramos a apicultores grandes a los que manejan por encima de las 300 colmenas, no obstante, por lo general, no sobrepasan las 1000. En cuyo caso, se manejan, en mayor medida, en apiarios con promedios de 25 colmenas debido al soporte de flora y saturación de zonas de explotación. Aunque es cierto, que en lugares tropicales o en la costa norte de Perú se congregan hasta 50 colmenas en un solo apiario por la bondad de la flora apícola, sin que esto cree dificultades productivas. 

Podemos decir, entonces, que el proceso iniciado alrededor de 1950 hasta nuestros días, se encuentra en una fase de extensión y crecimiento en los países Andinos referidos. 

Es interesante analizar brevemente el caso de dos apicultores de origen extranjero que cumplieron el rol de  “iniciadores” de la actividad apícola en dos zonas de Perú, que trataremos brevemente como ejemplo de lo expuesto. 

Por un lado, tenemos en el departamento de Junín, en la zona de Chanchamayo, ubicada en la selva central peruana, las referencias de Zoltán Wisky, apicultor húngaro que llegó a tener un plantel de cerca de 800 colmenas para la producción de miel entre 1950 a 1970 aproximadamente, con la marca “Wisky”. Su mercado principal fue el capitalino (Lima), no se conocen reportes oficiales de exportación. Como es de suponer, en su trabajo, Wisky, tuvo la necesidad de contratar obreros locales. Estos trabajadores constituyeron los primeros  apicultores  de la selva central, aunque sin un conocimiento muy amplio de la actividad apícola, pues, al parecer, el sistema de explotación apícola de Zoltán Wisky no dejaba demasiados espacios para aprender integralmente de la actividad. Los trabajadores/apicultores se limitaban a tareas específicas como, estampar la cera (Wisky daba servicio de estampado de cera a nivel nacional), alimentar abejas o de apoyo en aspectos de manejo bajo la dirección del dueño. Estas informaciones han sido recogidas de apicultores y pobladores que tuvieron alguna relación con él, en la medida en que trabajaron personalmente o conocieron acerca de él por medio de sus padres o familiares más viejos. Zoltán Wisky no tuvo herederos de su actividad y la apicultura acabó con su fallecimiento. De cualquier forma, en la idiosincrasia peruana se cumple con cabalidad el refrán que alude a que “todo tiempo pasado fue mejor” quizá, como dicen algunos psicoanalistas, por un temor colectivo a enfrentar la realidad actual que hace impotente a una sociedad que tiene miedo a crecer. Los recuerdos en la selva central son contados con ilusión y las expresiones de ella no se dejan esperar. En la actualidad, uno de los discípulos del apicultor húngaro, precursor de la apicultura chachamayina, como se autodenomina, mantiene la curiosa marca de miel: “Zoltán Wisky II”, haciendo honor a la segunda parte de la historia. 

Otro ejemplo significativo se ubica en la costa norte peruana, en el departamento de Lambayeque con el Sr. Carlos Wiesse, uno de los primeros apicultores también de origen extranjero (alemán) que influenció en el futuro desenvolvimiento de la apicultura local. El Sr. Wiesse, tenía un plantel instalado de 800 colmenas aproximadamente, entre Batán Grande y alrededores. No es difícil imaginar los promedios de producción extraordinarios que se dieron en esa época (1950-1970) y que se tradujeron en el crecimiento de la empresa de apicultura comercial. Uno de los apicultores más antiguos de la región Lambayeque, Aurelio Sánchez, cuya familia y futuras generaciones se han dedicado de íntegro a la apicultura, conoció de cerca la actividad apícola de Carlos Wiesse. En la actualidad sus nietos y familiares apicultores, plasman en sus conversaciones, el reconocimiento de la enseñanza y la influencia del Sr. Wiesse hacia la apicultura lambayecana. De hecho, en el marketing local es un buen argumento decir que la familia se inició bajo la batuta de Carlos Wiesse para”garantizar sus productos”. Los Sánchez, hoy, son activos dirigentes de la APAL, Asociación de Apicultores de Íllimo, ciudad  declarada oficialmente, capital de la miel de abejas, por el Gobierno Regional de Lambayeque. 

Podemos mencionar igualmente al Padre Socorro (español), quien influyó en el desarrollo de la  apicultura de Ica, o  al Sr., Mario Ventollini, italiano conocido en la comercialización de miel en Lima. 

Se sabe poco, empero, de ejemplos puntuales en Bolivia y Ecuador. Sin embargo, en este último país es conocida hasta la actualidad una tienda comercial en Quito llamada La Casa del Alemán, de venta de herramientas y utensilios apícolas.  

Apicultores con sus materiales en Quillo, Ancash.

*Foto del autor.

Estos ejemplos son anotados de manera general, por la ausencia de fuentes documentadas. Estamos seguros de que existen muchos otros ejemplos en los tres países, que aun faltan recopilar y esperemos que este trabajo sea motivador para ello.  

Lo que se trata de resaltar es la coincidencia en un punto de partida común, es decir, apicultores extranjeros (o de origen extranjero) que dejan como testimonio de su existencia, la sabiduría popular de que la apicultura es rentable, de que es buen negocio. La idea anima y estimula en el subconsciente colectivo de los pobladores rurales, y les dice que  la actividad apícola es –como lo fue para sus abuelos- una fuente de ingresos económicos, y que podrían volver a repetir la historia. Evidentemente, esta vez, bajo el ejemplo de los apicultores con más experiencia y como resultado de una constante labor autodidacta de su parte. 

Hacia la apicultura actual 

Entre la década del 60 y 90 se consolidaron los grupos de liderazgo, donde la unidad empresarial para la apicultura fue la familia. Las familias que tomaron la crianza de abejas como sustento principal de su economía (rural o urbana[5]) lo hicieron casi en todos los casos como productores de miel y eventualmente de polen y propóleos (pero casi siempre teniendo como antecedente la producción de miel).

A partir de la década del 90 en adelante se acrecentó el surgimiento de pymes apícolas que aparecieron como efecto del crecimiento del número de colmenas y producción de los apicultores pequeños.  Por su parte, los apicultores más grandes  adhirieron a sus actividades productivas las de fabricación de los insumos y equipos para la apicultura, es decir, ubicaron un nuevo nicho de mercado  en los micro-apicultores, que, de alguna manera, fueron efecto de su propia presencia.

Sería ingenuo, sin embargo, pensar que solo personas con capacidad de influencia económica o social lograron estimular la creciente apicultura de los países andinos. Pensamos que en los últimos años, - sobre todo, para las generaciones más jóvenes- han sido las actividades desarrolladas por proyectos de desarrollo que acercaron la crianza de abejas a su cosmovisión y economía rural. Programas como el Plan Apícola Nacional, iniciado en 1998, durante el gobierno de Alberto Fujimori, a propósito de los cambios ambientales ocasionados por el fenómeno del niño; al igual que las iniciativas de otros proyectos relevantes en otras partes del país.

No obstante, las dificultades encontradas en el camino, mermaron en gran medida las iniciativas de dichos proyectos. Por poner un ejemplo, el Plan Apícola Nacional tuvo un horizonte temporal de 7 años (proyectado hasta 2005), pero en realidad no duró más de 3 años, se pretendió otorgar créditos con la finalidad de instalar 111,000 colmenas, 5 laboratorios de patología apícola, 5 plantas de procesado de miel, incrementar la producción en un 300% y la productividad en 150%; pero, lamentablemente, fueron aspiraciones que no lograron su cometido. Personalmente, creemos que las dificultades  del proyecto se debieron principalmente a que obedeció a una política general del gobierno fujimorista, equívoco desde su planteamiento. El Econ. Carlos Eduardo Aramburú ha resumido de manera muy precisa lo que caracterizó la dictadura fujimorista, al hablar de su política de desarrollo, es decir, “el desarrollo con cemento”. Es claro, que esta política no solo se expresó en el proyecto de abejas, sino también en casi todos los aspectos del Estado, por ejemplo, en la educación. Se construyeron muchas escuelas pero no se prepararon a los maestros, así como se regalaron muchas colmenas pero no se destinaron en su totalidad a verdaderos apicultores, es decir, gente interesada en prepararse y  hacer una actividad económica de la apicultura, predisposición básica que nace de una necesidad.

Por su parte,  FAO - Bolivia inició en coordinación con el Gobierno Italiano, un proyecto apícola en la zona de Samaipata, al centro del país. Según el portal de noticias de FAO, “ha dado magníficos resultados, ya hay 90 apicultores en 18 comunidades, organizados en una asociación: ASACAPI, la Asociación de Apicultores de la Cuenca Alta del río Piraí” (http://www.fao.org/Noticias/2001/011206-s.htm). Por otro lado, CARE- BOLIVIA ha iniciado un proyecto apícola  en Potosí, que a pesar de su altitud produce una miel a la que atribuyen extraordinarios poderes curativos y aplicaciones en  la medicina tradicional. En la actualidad se sabe de varias iniciativas que han detectado el potencial apícola de Cochabamba.

Productores de miel de Bella Vista [Bolivia] en el primer festival de la miel celebrado en Samaipata, en 2000 (Foto: J. Escobedo) http://www.fao.org/Noticias/2001/011206-s.htm 

Ecuador, por otro lado, en 1990, junto a la Cooperación Internacional de Voluntarios Británicos, ejecutó en convenio con FEPP (Fondo Ecuatoriano Populorum Progressio), el proyecto de desarrollo de grupos apícolas en la provincia del Chimborazo, donde se instaló una planta de procesamiento de miel y se consolidaron capacidades locales autosostibles, que se reflejan en sus actividades actuales. Así, se creó la Asociación Autónoma de Apicultores de Cacha, grupo que dinamiza la apicultura de la provincia del Chimborazo y nos brinda alentadores ejemplos. Una de sus dirigentes indígenas, Lourdes Manuelita Ramos Ticce, dicta de manera más o menos regular, charlas de apicultura básica a los alumnos de  zootecnia y agronomía de la Universidad Agraria del Ecuador y otros centros de estudios, donde requieren experiencia de campo y conocimiento básico del desenvolvimiento de las colonias. El consultor que tuvo a su cargo el desarrollo del grupo de productores de Cacha en Machángara, fue el Ing. Javier Llaxacondor, apicultor peruano.  

Ing. Javier Llaxacondor con sus alumnos en la Universidad Agraria del Ecuador - Milagro, 2004. *Foto: Guillermo Villaguente

A nivel del desarrollo comercial de los derivados de la colmena (miel, polen, jalea real, propóles, cera, etc.), es notorio el caso de las asociaciones de apicultores de Pichincha (Quito) y Tungurahua (Ambato), grupos conformados en ambos casos (en su mayoría) por profesionales afines al sector (agrónomos, zootecnistas, etc.) que a través de su formación académica y experiencia en otros países (viajaron a congresos, cursos internacionales, especializaciones, etc.) atienden sus mercados locales. En una experiencia personal reciente (2005), nos causó sorpresa encontrar la marca ecuatoriana “Honey Moon” en un mini-market en la ciudad de Tumbes, en Perú; lo que es un excelente indicador de que las fronteras se van estrechando.                 Asimismo, la Fundación Prepueblo, en la costa ecuatoriana, incorporó desde el 1996 en el marco de actividades de reforestación de la Cordillera del Chongón-Colonche, la apicultura. A la fecha se ha convertido en una línea principal de desarrollo en la organización, junto a la artesanía y la agricultura. La presencia de abejas africanizadas obligó a sus técnicos a adecuar  sus técnicas de manejo y a seleccionar reinas con características de mansedumbre. Cada año, la producción de miel es abundante y las zonas de producción se encuentran en plena expansión. Es interesante también destacar la incorporación de técnicos apícolas mujeres, como la Ing. Gloria Iguíñez, quien debe su formación como apicultora a su perseverancia autodidáctica e interés por estudiar el comportamiento de los híbridos africanizados entre las provincias del Guayas, Marabí y Esmeraldas.

Esta dinámica en Perú, siguió su camino. El impacto de personas y proyectos influyentes trajo a colación, por ejemplo, que en los últimos 10 años surgieron pequeños negocios especializados en la venta–comercialización de materiales apícolas caracterizados por los precios baratos (aunque de calidad incierta). Se instalaron en Lima, y buscaron ubicaciones céntricas y de tránsito obligatorio de los apicultores que llegan de las provincias a la capital por distintas razones (de negocios, inclusive).

Al poco tiempo, este mismo efecto se repitió en las provincias. Es decir, precios bajos primero en la capital y luego en las mismas ciudades de las provincias que congregan el grueso de micro-apicultores. La oferta era buena,  pero no del todo. 

Aspectos comerciales

La dinámica comercial apícola de los países del Ande, enlaza la cadena productiva (como sucede en otras actividades y partes del mundo) que nace desde los sectores sociales marginales –donde se encuentran la mayoría de apicultores-  y alcanza, o pretende alcanzar, a sectores comerciales “formales” y de esferas de poder, a saber, empresarios envasadores locales, empresarios exportadores. La cadena productiva no está completa sin la figura del acopiador, personaje que funciona como vínculo, puente y enlace; alianza o divorcio entre empresarios y productores.[6] 

GRUPO

INTERESES

PROBLEMAS PERCIBIDOS

INTERESES EN UNA ESTRATEGIA

CONFLICTOS

Apicultor

Producir y vender al mejor precio

-ausencia técnica, calidad a veces inadecuada

-producciones pequeñas

Sustento productivo para actividades comerciales

-Con malos dirigentes, con otros apicultores

Acopiador

 

Tener  utilidad económica comprando a lo menos posible, para vender a lo más posible

-poco conocimiento técnico de calidad de miel

- malos tratos con productores

-  legitimar su trabajo ante el productor con transparencia y precios justos.

-Asegurar calidad de productos en el campo.

-Con grupos asociados y otros acopiadores

Envasador/

distribuidor

- Utilidad económica

- Posiciona

miento en el mercado con su marca

-          - Están sectorizados por regiones, lo que nos le permite tener ofertas cuantitativas ni constantes siempre.[7]

-          - Los sistemas comerciales con supermercados no les permite crecer como empresarios

 

-          - Abrir mercados que les permitan tener mayor demanda.

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